San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

jueves, 15 de noviembre de 2012

San Ricardo de Santa Ana y el infierno



Podemos leer en la vida de san Ricardo de Santa Ana:


En su ciudad, había dos estudiantes que eran viciosos y dados a los escándalos. Una noche se encontraban en una casa de mala reputación. Después de algún tiempo, uno de ellos dijo al otro: "Vámonos. Ya he tenido bastante por hoy." Y el otro respondió: "Yo aún no he tenido bastante."


El primero se marchó y fue a su casa. Se iba a acostar y entonces se acordó de la oración diaria que acostumbraba a rezar a la Santa Virgen María. A pesar de que no sentía ninguna inclinación para este rezo, empezó este acto de devoción.


Apenas había acabado cuando oyó que llamaban a la puerta. Una segunda y una tercera vez oyó los golpes, pero no deseaba reponder.


De pronto, el compañero que había dejado poco antes en la casa de mala reputación entró en el cuarto, ¡con la puerta cerrada! Había un silencio sepulcral. Entonces, su compañero dijo: "¿No me reconoces?"


En verdad, el hombre que acababa de recitar su oración, replicó: "Ver tu cara y oír tu voz me dice que eres el compañero que he dejado hace unos momentos; pero tu repentina y sorprendente aparición aquí me hace dudar."


El misterioso visitante exhaló un largo suspiro. "No", dijo, "mientras estábamos en la casa de mala reputación, ignorando todo temor de Dios, Satán nos llevó ante el divino Tribunal y proclamó una sentencia de condenación contra nosotros dos. El Soberano Juez dictó sentencia y era ya sólo cuestión de ejecutarla, pero la Virgen, tu abogada, intercedió a tu favor en el mismo momento en que tú La invocabas. Tu juicio ha quedado diferido, pero el mío ha sido ejecutado porque cuando abandoné la casa donde cometí mis crímenes, fui estrangulado: el diablo tomó mi alma de mi cuerpo y la llevó al infierno, donde ahora arde."


Diciendo esto, descubrió su pecho y lo mostró comido por los gusanos y devorado por fuego. Luego, dejando un terrible hedor, desapareció.


El joven que había sido salvado por Nuestra Señora, permaneció en una especie de estupor hasta que de pronto oyó las campanadas de medianoche que provenían del cercano convento de los franciscanos. No pudo dormir. Al amanecer, fue al convento, lanzándose a los pies del superior de los franciscanos le contó todo lo que le había ocurrido.


El superior tuvo dificultades para creer lo que le estaban diciendo, así que fue al lugar donde el estrangulamiento había tenido lugar. Entonces él encontró el cadáver, espantoso y repulsivo, yaciendo en el suelo.


Estos sucesos fueron vívidamente testificados por san Ricardo, el franciscano que entonces tenía 19 años. Fue esta historia la que provocó que se uniese a los franciscados en el convento de Nivelles. Fue martirizado en Japón en 1622.

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