San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El infierno es la consecuencia última del pecado libremente cometido y libremente no confesado




SELECCIÓN DE TEXTOS

Eternidad y enormidad de las penas
3028 Se hizo digno de pena eterna el hombre que aniquiló en si el bien que pudo ser eterno (SAN AGUSTIN, La Ciudad de Dios, 11).
3029 Y no se extinguirá la muerte, sino que será muerte sempiterna, y el alma no podrá vivir sin Dios, ni librarse de los dolores muriendo (SAN AGUSTIN, Ibídem 21, 3).

3030 Los malvados maldecirán eternamente el día en que recibieron el santo bautismo, los pastores que los instruyeron, los Sacramentos que se les fueron administrados. ¡AY! ¿qué digo?, este confesonario, este comulgatorio, estas sagradas fuentes, este púlpito, este altar, esa cruz, ese Evangelio o, para que lo entendáis mejor, todo lo que ha sido objeto de su fe, será objeto de sus imprecaciones, de sus maldiciones, de sus blasfemias y de su desesperación eterna (SANTO CURA DE ARS, Sobre el misterio).

3031 Sobre todo, considera la eternidad de las penas, pues ella sola basta para hacer el infierno insoportable. Si la picadura de una pulga en una oreja o el ardor de una ligera calentura es suficiente para que juzguemos larguísimo e insufrible el corto espacio de una noche, ¡qué espantosa será la noche de la eternidad con tantos tormentos! (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, I, 15).

3032 De manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allí pasar aquí. En esto hay un argumento contra los herejes, que dicen que habrán de tener término las penas, y que llegará día en que los pecadores podrán unirse con los justos y con Dios (TEÓFILO, en Catena Aurea, Vl, p. 254).

3033 A los mártires les parecía frío el fuego de los verdugos, porque tenían ante los ojos el huir de aquel que es eterno y nunca se extinguirá (Martirio de S. Policarpo, 10).

3034 Estando un día en oración, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevisimo espacio; mas, aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme [...], sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan insoportables, que, con haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aún algunos, como he dicho, causados del demonio), no es todo nada en comparación con lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es nada, pues, nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo encarecerlo. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque aún parece que otro os acaba la vida, mas aquí el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor [...]; fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y a dar gracias al Señor, que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles (SANTA TERESA, Vida, 32, 1-4).

3035 Hay infierno. --Una afirmación que, para ti, tiene visos de perogrullada--. Te la voy a repetir: ¡hay infierno! Hazme tú eco, oportunamente, al oído de aquel compañero... y de aquel otro (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 749).

3036 Todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse basado en su ignorancia, que únicamente cabría si se hubiera hablado con ambigüedad sobre el suplicio eterno (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. sobre los Evang.).

3037 Me amenazas con un fuego que sólo abrasa una hora y se extingue pronto; porque tú no conoces el fuego del juicio futuro y del eterno castigo que espera a los ateos (Martirio de San Policarpo, 10).

Pena de daño

3038 Esa pena será inmensa en primer lugar por la separación de Dios y de los buenos todos. En esto consiste la pena de daño, en la separación, y es mayor que la pena de sentido. Arrojad al siervo inútil a las tinieblas exteriores (Mt 25, 30). En la vida actual los malos tienen tinieblas por dentro, las del pecado, pero en la futura las tendrán también por fuera. Será inmensa, en segundo lugar, por los remordimientos de su conciencia [...]. Sin embargo, tal arrepentimiento y lamentaciones serán inútiles, pues provendrán no del odio de la maldad, sino del dolor del castigo.
En tercer lugar, por la enormidad de la pena sensible, la del fuego del infierno, que atormentará alma y cuerpo. Es este tormento del fuego el más atroz, al decir de los santos. Se encontrarán como quien se está muriendo siempre y nunca muere ni ha de morir; por eso se le llama a esta situación muerte eterna, porque, como el moribundo se halla en el filo de la agonía, así estarán los condenados [...]. En cuarto lugar, por no tener esperanza alguna de salvación. Si se les diera alguna esperanza de verse libres de sus tormentos, su pena se mitigaria; pero perdida aquélla por completo, su estado se torna insoportable (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 12, 1. c., p. 1 13).

3039 Además de todos estos tormentos, hay otro todavía mayor, que es la privación y pérdida de la gloria de Dios, de la cual los condenados están excluidos para siempre. Si Absalón juzgó que el estar privado de ver el amable rostro de su padre David era más penoso que su destierro, ¿cuál será, Dios mío, la pena de estar para siempre privado de ver vuestro dulce y suave rostro? (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, I,15).

3040 La pena del infierno es insufrible, es verdad; pero si alguno fuera capaz de imaginar diez mil infiernos, nada sería el sufrimiento en comparación de la pena que produce el haber perdido el cielo y ser rechazado por Cristo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo 28).

3041 Si fuese sólo la Justicia la que ha cavado el abismo, aún tendría remedio, pero es el Amor quien lo ha cavado; esto es lo que quita toda esperanza. Cuando se es condenado por la Justicia, se puede recurrir al Amor; pero cuando se es condenado por el Amor, ¿a quién recurrir? ¡Tal es la suerte de los condenados! El Amor que ha dado por ellos toda su sangre, es el mismo Amor que les maldice. ¡Cómo! ¿Habría venido un Dios aquí abajo por vosotros, habría tomado vuestra naturaleza, hablado vuestra lengua, curado vuestras heridas, resucitado vuestros muertos; habría sido El mismo muerto en la Cruz para que, después de todo esto, penséis que os es lícito blasfemar y reír, y caminar sin temor, desposarse con todas las disoluciones? Oh, no. Desengañaos, el amor no es un juego, no se es amado impunemente por un Dios, no se es amado impunemente hasta la muerte. No es la Justicia la que carece de misericordia, es el Amor quien os condena. El amor --lo hemos experimentado en demasía-- es la vida o la muerte; y si se trata del amor de Dios, es la vida eterna o la muerte eterna (LACORDAIRE, Conferencias de Nuestra Señora, 72).

Pena de sentido

3042 LOS condenados están en el abismo infernal como dentro de una ciudad malaventurada, en la cual sufren indecibles tormentos en todos los sentidos y miembros; porque como emplearon en el pecado todos sus miembros y sentidos, sufrirán en todos ellos las penas correspondientes al pecado. Los ojos, por sus licenciosas e ilícitas miradas, sufrirán la horrible visión de los demonios y del infierno; los oídos, por haberse deleitado con discursos malos, jamás oirán otra cosa que llantos, lamentos y desesperaciones, y así de los restantes (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 1, 15).

3043 Entre aquellos que irán al infierno habrá diferencias de tormentos: [...] quien se condena [...] queda hecho hijo del infierno por cada una de las especies de pecados que comete, de manera que así como el justo tendrá aumento de gloria según sus méritos, así el pecador tendrá una pena en el infierno proporcionada, según el número de sus pecados (ORIGENES, en Catena Aurea, val. lll, pp. 117-118).

3044 Se nos dice que en aquel lugar habrá llanto y crujir de dientes; de suerte que allí rechinarán los dientes de los que, mientras estuvieron en este mundo, se gozaban en su voracidad; llorarán allí los ojos de aquellos que en este mundo se recrearon con la vista de cosas ilícitas; de modo que cada uno de los miembros que en este mundo sirvió para la satisfacción de algún vicio, sufrirá en la otra vida un suplicio especial (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).

Los cuerpos de los condenados

3045 El castigo eterno producirá en los cuerpos cuatro taras contrarias a las dotes de los cuerpos gloriosos. Serán oscuros: Sus rostros, caras chamuscadas (Is 13, 8). Pasibles, si bien nunca llegarán a descomponerse, puesto que constantemente arderán en el fuego pero jamás se consumirán: Su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá (Is 66, 24). Pesados y torpes, porque el alma estará allí como encadenada: Para aprisionar con grillos a sus reyes (Ps 149, 8). Finalmente, serán en cierto modo carnales, tanto en alma como el cuerpo: Se corrompieron los asnos en su propio estiércol (Joel I, 17) (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 11, 1. C., P. 109).

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